martes, 5 de mayo de 2015

MUSEO CATEDRALICIO

MUSEO CATEDRALICIO

Me gustaría empezar esta entrada reconociendo que nunca me llamó la atención las catedrales. Es verdad que dichas construcciones religiosas cargan una gran cantidad de historia y arquitectura de nuestro pasado, pero aun sabiendo esto, siempre fui reticente a la idea de excavar un poco más en estos conceptos. Sin embargo, debo reconocer que cuando escuché las palabras "bóvedas subterráneas" se despertó en mi esa innata curiosidad que hace tiempo no se hacía presente. Me sorprendí al verme con la mano levantada ofreciéndome para ir al lugar y escribir este artículo. Y si bien tuve que luchar palmo a palmo con otros de mis (fantásticos) colegas por obtener el permiso, hoy puedo decir, mientras desciendo los crujientes y apolillados peldaños, que bien valió la pena.



Para dar un poco de contexto es válido decir que la fachada de la catedral cuenta con 3 puertas características, como en todas las iglesias de esa categoría, las cuales están decoradas con majestuosas portadas, destacándose la central, donde encontramos columnas pareadas. Además de una serie de elementos arquitectónicos característicos como pilastras superpuestas, pináculos de vértices puntiagudos, volutas laterales y cornisas molduradas. Todo este estilo, no hace sino reconocer el común denominador de las fachadas de la ciudad.


Me dirigía, bajo un incandescente sol hacia la Catedral cuando tres buses se estacionaron cerca de nosotros y empezó un variado desfile de turistas, que atiborraron la vereda hasta sofocarla. Esto llamó gratamente mi atención y la vez me recordó lo que se siente ser un turista: Esa mezcla de confusión y emoción cuando das el primer paso y afilas la cámara para capturar lo primero que se te cruce. Quería ir a hablar con ellos, ofrecerles mi ayuda, ser una buena anfitriona, como muchos lo han sido conmigo, pero recordé que tenía una misión que cumplir, así que enfilé hacia mi destino. La idea de las catacumbas me animaron de nuevo.



En la puerta, tras un cordón de seguridad, encontramos al Señor Genaro Barr, el encargado del museo, quién nos recibió amablemente y respondió nuestras interrogantes . El lugar era bastante apagado, lo que le daba un matiz de misterio. “Este antes era el lugar para dejar los diezmos”, nos dijo. ¿Diezmos? pregunté.  “Sí, todas las personas de esa época, es decir los católicos, dejaban el 10% de sus ingresos en este lugar”. Todo esto había quedado en la historia. Ahora era un museo que albergaba en el centro un Órgano Francés (Melody, 1857) , los accesorios del sacerdote se encontraban en vitrinas y algunas otras estaban al aire libre, también habían acoplado un especie de taller de restauración. En las paredes se encontraban réplicas originales de pinturas famosas hechas anónimamente, como la de la Institución de la Eucarística. 

Cerca de una pintura de la pasión de Cristo se encontraban tres esculturas de Santos, que particularmente me llenaron de escalofríos, especialmente el rostro de la mujer del medio, que a través de sus vidriosos ojos negros reflejaba una extraña mixtura entre tristeza y misericordia, como compadeciéndome por lo que experimentaría cuando bajara a la bóveda.


A nuestras espaldas, una entrada subterránea nos esperaba.

Le preguntamos al Señor Genaro a donde conducían las escaleras que se encontraban detrás del órgano. Con un tono apagado nos dijo "debajo se encuentra la bóveda", el lugar donde enteraron a la cofradía de la época colonial. Pensar que debajo del museo había restos humanos me paralizó, y comencé a sentir una extraña sensación que mi rosto reflejaba muy bien.

Para mi tranquilidad, Genaro dijo que habían recogido todos los restos y tumbas. Descendí los 17 escalones de madera y un aire cargado me golpeó la cara. Ante mi se extendían unos túneles húmedos, como si estuviera en una película de terror. El área estaba llena estatuas de santos menos amigables que la de aquella mujer en la parte superior.



Las pinturas en la paredes eran igual de siniestras: Un ángel decapitado con el torso descubierto, una mujer con rostro acongojado. Cada una parecía retratar a cada persona que había sido enterrada ahí.

Al final del túnel más largo se alzaba un gran medallón de Jesucristo, un poco más grande que una persona adulta y ligeramente oxidado en los bordes y en el centro. Traté de llegar hasta este, pero el aire era tan pesado que la cabeza me empezó a dar vueltas y tuve que dejar el lugar de inmediato.
 


Le comenté lo que había sentido al Señor Genaro. Él me aseguro que la mayoría de turistas tienen sensaciones parecidas o peores que la mía. Algunos escuchan voces o se desmayan especialmente en las horas puntas (9:00 am, 6:00 pm). "Yo por ejemplo, cada vez que desciendo escucho gritos, pero ha pasado tanto tiempo que ya me he acostumbrado" nos comentó.

Le agradecí a Genaro que me hay dicho esto después de bajar a la bóveda y no antes, de lo contrario quizás nunca hubiera bajado en primer lugar. Y así cierro el recorrido a través del Museo Catedralicio, un lugar recomendable para las personas que desean experimentar un museo poco convencional.

0 comentarios:

Publicar un comentario